MADRID 16 Feb. –
Las personas que presentan hiperempatía pueden experimentar ansiedad, estrés crónico y fatiga emocional debido a su tendencia a absorber el dolor ajeno sin poder desconectarse, explica Rodrigo Martínez de Ubago, psicólogo clínico y colaborador docente de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la UOC.
Este rasgo, que no se reconoce como un diagnóstico clínico, es un fenómeno en el que las emociones de los demás se sienten con tal intensidad que pueden incluso provocar dolor físico.
Según este experto, estas personas viven en una constante ‘tormenta emocional’ ya que la felicidad y el sufrimiento ajeno no son simplemente estímulos externos, sino sensaciones internas que impactan su bienestar diario. Para los hiperempáticos, no se trata solo de poder comprender el dolor ajeno, sino de la imposibilidad de no sentirlo en carne propia.
«La empatía consiste en la capacidad que tenemos de que las emociones de los demás resuenen en nosotros. Cuando alguien cercano está triste, si yo soy muy empático, es fácil que me ponga triste también. Su emoción resuena en mí, siento su emoción. En la hiperempatía esta característica se manifiesta en exceso. Siento intensamente las emociones de los demás, sin importar si tengo un vínculo con ellos», explica Martínez de Ubago.
Investigaciones recientes indican que esta capacidad tiene un componente genético, aunque el entorno también juega un papel en su desarrollo. A veces, hay una superposición genética con el autismo y las personas altamente sensibles (PAS).
«Cada vez hay más estudios que demuestran la base biológica de la empatía –señala–. La sociedad tiende a pensar que estas características, como los rasgos de personalidad, son adquiridas. Sin embargo, son características esencialmente innatas. Uno es más empático por los genes transmitidos por sus padres que por la educación que haya recibido. Aun así, el ambiente también influye en la conformación de estas características, incluso desde la etapa prenatal.» (UOC)
En este sentido, la hiperempatía parece ser más común entre las personas altamente sensibles y aquellas que han enfrentado traumas durante su infancia, lo que sugiere que la interacción entre genética y experiencias de vida puede potenciar este rasgo.
Según el experto, la hiperempatía tiene tanto ventajas como desventajas, dependiendo del contexto, y puede ocasionar más problemas que beneficios. En el aspecto positivo, implica una gran sensibilidad hacia las emociones ajenas, facilita un mejor entendimiento y ofrece conexiones emocionales profundas. También provee una notable capacidad para detectar cambios emocionales sutiles, lo que es muy útil en profesiones como la psicología, medicina y educación.
«Los hiperempáticos pueden ser considerados personas comprensivas que se responsabilizan de las emociones ajenas. Cuando esta situación es elegida, puede ser beneficiosa, creando vínculos más sólidos. Sin embargo, en muchas ocasiones, el hiperempático sufre. No desea sentir las emociones que experimenta. Necesita alejarse de la fuente emocional y aprender a gestionarla», aclara Martínez de Ubago.
Esta capacidad favorece aptitudes para la mediación y la resolución de conflictos, dado que perciben más fácilmente las emociones de los involucrados. El rasgo también está relacionado con una alta creatividad y un pensamiento introspectivo, permitiendo una gran profundidad emocional en el arte y la literatura.
No obstante, cuando la hiperempatía se vuelve extrema, los efectos negativos pueden eclipsar los beneficios. «Cuando las emociones dependen de las de los demás, es sencillo perder el control. Estas personas son muy sensibles y propensas a sentir emociones que en realidad no les pertenecen, sino que son las de otros resonando en ellas», advierte el experto.
Esto complica la toma de decisiones, dado que el estado emocional de los demás influye demasiado. La hiperempatía también genera problemas de identidad, ya que quienes la experimentan pueden confundir sus emociones con las ajenas.
Los efectos negativos pueden afectar diferentes ámbitos. En el trabajo y en profesiones con alto contacto humano, como psicología, enfermería o educación, la hiperempatía puede conducir al agotamiento emocional y al síndrome de burnout. En el ámbito familiar y social, estas personas pueden volverse dependientes emocionalmente o sentirse abrumadas por la carga emocional de sus seres queridos. En relaciones de pareja, algunas pueden encontrar dificultad para establecer límites emocionales, lo que puede generar dinámicas de codependencia. Más sobre relaciones interpersonales.
Martínez de Ubago explica que la hiperempatía se manifiesta de manera diferente a lo largo de la vida. En la infancia, los niños tienden a llorar más y son extremadamente sensibles al sufrimiento ajeno. Sin herramientas para gestionarlo, pueden desarrollar ansiedad. Durante la adolescencia, cuando las emociones son más intensas, la hiperempatía puede provocar crisis emocionales y dificultades en la identidad personal. En la adultez, se manifiesta como fatiga emocional y la dificultad para establecer límites con los demás.
CÓMO GESTIONARLA
«Primero, hay que reconocer el problema. Aceptar que siento más que otros emociones que no me pertenecen», aconseja Martínez de Ubago. Es importante aceptar este rasgo para comenzar a recuperarse. Desde ahí, se debe trabajar en la transición de una empatía emocional a una cognitiva, integrando pensamientos como «puedo entender cómo te sientes, pero no sentiría lo mismo si experimentara lo mismo que tú».
Además, resulta esencial entrenar un distanciamiento emocional. Cada vez que alguien detecte que está sintiendo hiperempatía, debe ser consciente de que las emociones del otro son su problema, y evitar sentirlas como propias. «A veces, el distanciamiento debe ser físico y real, ya que no se puede estar con personas emocionalmente cargadas negativamente. Es necesario buscar otras con las que interactuar», recomienda el experto.
Estas recomendaciones forman parte de varias estrategias para regular la hiperempatía y evitar que se convierta en una carga emocional. Entre ellas se incluye la terapia cognitivo-conductual (TCC), que emplea técnicas para diferenciar las emociones propias de las ajenas y así prevenir la fatiga emocional.
El mindfulness y la regulación emocional ofrecen métodos efectivos para observar las emociones sin absorberlas por completo. También se recomienda la desensibilización gradual, que implica exponerse de manera controlada a estímulos emocionales para fortalecer la resiliencia. Al mismo tiempo, es fundamental aprender a establecer límites emocionales y aplicar técnicas de desapego, ayudando a los demás sin absorber su sufrimiento.