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MADRID 21 Ago. –
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha destacado en un informe que aproximadamente 1.200 millones de menores de entre 0 y 18 años son sometidos a castigos físicos en sus hogares cada año, lo que conlleva «daños significativos» a la salud y el desarrollo infantil, aunque esta práctica varía «considerablemente» entre países.
Las tasas de castigo corporal reportadas por padres y cuidadores para niños de 2 a 14 años en el último mes han variado desde el 30 por ciento en Kazajistán y 32 por ciento en Ucrania, hasta el 63 por ciento en Serbia, 64 por ciento en Sierra Leona y 77 por ciento en Togo.
«Hay evidencia científica abrumadora de que el castigo corporal implica múltiples riesgos para la salud infantil (…) No ofrece beneficios en términos de comportamiento, desarrollo ni bienestar de los niños, ni para sus padres o la sociedad», ha señalado el director del Departamento de Determinantes de la Salud, Promoción y Prevención de la OMS, Etienne Krug.
Por ello, se ha lanzado un llamado a «poner fin a esta práctica nociva» y garantizar un desarrollo integral para los niños en sus hogares y escuelas.
De acuerdo con datos de 58 países, el 17 por ciento de los niños que sufrieron este tipo de castigos el mes pasado experimentaron formas «más severas», como golpes en la cabeza, la cara o las orejas, o golpes fuertes y repetidos.
Los castigos físicos están «igualmente extendidos» en colegios de África y Centroamérica, donde el 70 por ciento de los niños es víctima de esta práctica durante su etapa escolar, en comparación con el 25 por ciento en la región del Pacífico Occidental.
El documento también señala que los niños con mayor riesgo de sufrir castigos corporales son aquellos con discapacidades, quienes provienen de familias que han utilizado estos castigos, y aquellos cuyas familias enfrentan problemas de consumo de sustancias, depresión u otros problemas de salud mental.
Factores sociales como la pobreza, el racismo y la discriminación incrementan aún más el riesgo de que ocurran castigos físicos, que conllevan consecuencias «profundas y de gran alcance» para la salud de los niños.
A nivel físico, además de lesiones inmediatas, estos castigos desencadenan respuestas biológicas dañinas, como una mayor reactividad hormonal al estrés o cambios en la estructura y función cerebral, lo que puede perjudicar un desarrollo saludable.
Un análisis realizado en 49 países de ingresos bajos y medios demuestra que los niños expuestos al castigo corporal tienen un 24 por ciento menos de posibilidades de alcanzar un desarrollo normal en comparación con aquellos que no lo sufren.
La salud mental de los niños también sufre «gravemente», enfrentándose a un mayor riesgo de ansiedad, depresión, baja autoestima e inestabilidad emocional. Estos efectos suelen persistir hasta la edad adulta, ocasionando tasas más altas de abuso de sustancias e incluso suicidio.
A nivel social, tales castigos pueden volver a los niños más propensos a adoptar conductas agresivas, tener dificultades académicas y, al llegar a la adultez, a involucrarse en conductas violentas o delictivas.
Asimismo, fomentan la aceptación social de la violencia, perpetuando «ciclos dañinos» a lo largo de generaciones.
A pesar de que muchos países han prohibido el castigo corporal, su uso continuo y la creencia persistente en su efectividad demuestran que la legislación por sí sola no es suficiente. La OMS resalta la necesidad de que las medidas legales vayan acompañadas de campañas de concienciación pública y apoyo a padres, cuidadores y docentes, promoviendo formas de disciplina positivas y no violentas.