¿La conducta de tus hijos (buena o mala) puede estar influenciada por su alimentación?


MADRID 3 Oct. (EDIZIONES) –

**»Las consecuencias de las diferencias en la alimentación infantil pueden hacer que los niños sean más altos y más desarrollados, pero también afectan a nivel cognitivo y emocional, aportando relevantes variaciones en el carácter y, por tanto, en la personalidad.»**

Así lo defiende durante una entrevista con Europa Press Infosalus la psicóloga infantil María Luisa Ferrerós Tor, especializada en neuropsicología y psicología forense, y que acaba de publicar ‘Dime qué come y te diré cómo se porta’ (Planeta), al tiempo que defiende que «no llevar una alimentación equilibrada afecta a nuestro estado de ánimo».

A su vez, alerta de que si desequilibramos la alimentación de los menores pueden verse afectados por **montañas rusas emocionales**. Cree que el problema es que nos hemos alejado de lo que hemos comido siempre, de la dieta mediterránea clásica, de la comida de proximidad, que antes los niños comían y ahora no; y ahora sobre todo ingieren muchos **ultraprocesados**, azúcares, que les alejan de todas frutas y verduras que sí les convienen, así como de las grasas buenas.

CUIDADO CON UNA MICROBIOTA DESAJUSTADA

**»Esta carencia afecta tanto al desarrollo intelectual, como al comportamiento de los niños.** Es más, el exceso de unos alimentos, y el déficit de otros ocasiona que la microbiota esté desajustada. De manera que el intestino, que es nuestro segundo cerebro, está conectado con las emociones, y en función de lo que los menores coman ahí ya tenemos la ansiedad, la impulsividad, el descontrol, los bloqueos, o por ejemplo muchos episodios de irritabilidad», detalla.

Siempre aconseja observar mucho las conductas de los menores e intentar mirar qué ha pasado, si no se ha enfadado con su hermana o le han insultado, si ha tenido problemas en el colegio o no, ver si hay algo o nada que explique ese cambio de comportamiento: «Si no hay ningún conflicto detrás seguro que hay que ver qué han merendado. **La bollería, o un refresco, por ejemplo, es una bomba estimulante,** con conservantes y estimulantes. No hay más que ver cómo vuelven de excitados de una fiesta infantil».

Con ello, destaca esta psicóloga infantil que una de las claves para mantener ese **equilibrio emocional a través de la comida** es apostar por una alimentación que controle los **niveles de glucosa en sangre**. «Tal vez creas que únicamente debes preocuparte por las chucherías, la bollería, o los refrescos. Estos son alimentos que sí o sí debemos evitar si queremos mantener estable el nivel de glucosa en la sangre, pero hay muchos otros que los niños comen habitualmente que pueden provocar desajustes si están muy procesados, y tienen poca densidad de nutrientes», agrega.

Por eso, sostiene que en cada comida, incluidas la merienda y el desayuno, debe haber siempre un tercio de **proteínas**, un tercio de **grasas saludables**, y un tercio de **hidratos de carbono integrales**, pues estos últimos ayudan a una liberación lenta de la glucosa; «así ayudamos a estabilizar los cambios de conducta».

TRAS EL DESAYUNO Y LA MERIENDA, EL MOMENTO MÁS COMPLICADO

**Los cambios bruscos de comportamiento suelen coincidir con las bajadas repentinas de energía,** justo después de los desayunos demasiado dulces, o de las meriendas así (bollos con chocolate, galletas), provocando enfados o pataletas en muchos menores sin justificación.

Aquí recuerda que los adultos y los niños no tienen que comer igual, tienen necesidades nutricionales y calóricas diferentes a las de los adultos, ya que se encuentran en formación y en crecimiento, y precisan de una alimentación más cuidada y específica, y con mucha más necesidad calórica que los adultos.

Dice que, contrariamente a lo que se piensa, los niños necesitan **grasas**, y de buena calidad, como la procedente del aceite de oliva, del pescado azul, del aguacate, o de las nueces. «**Quizás las comidas y las cenas las tenemos más claras, pero las meriendas y los desayunos tiramos de cosas rápidas**, como los paquetes de galletitas, que simplemente es un chute de energía, pero que carecen de los nutrientes necesarios», sostiene.

A su vez, esta psicóloga infantil mantiene que el **cerebro de los niños necesita de mucha energía**, y mientras que el de un adulto en reposo consume entre el 20 y el 25% de las calorías totales que necesita el organismo, en los niños este consumo energético es incluso mayor. «En reposo, el cerebro de un recién nacido necesita el 50% de las calorías totales de su cuerpo y, en un niño de 4 años, puede llegar hasta el 66%. Nuestro cerebro es capaz de crear grandes cosas y debemos alimentarlo como merece. **La mitad de lo que entra por los estómagos de los niños y adolescentes vaya a sus cerebros**», resalta.

MUCHOS PROBLEMAS DE CONDUCTA PUEDEN SOLUCIONARSE

Es por ello por lo que María Luisa Ferrerós subraya que **»esto repercute tremendamente en el comportamiento del niño»,** y muchos problemas de conducta se pueden solucionar cambiando la alimentación de los hijos. «Pasar de tener cinco pataletas a no tener ninguna», vaticina.

Ve muy importante para que los menores coman mejor el que los **padres sean su ejemplo** a la hora de alimentarse: «Los hijos imitan a sus padres y, si estás comiendo algún ultraprocesado, por ejemplo, ellos también lo quieren probar, y la manera de enseñarles es que vean lo que comes y lo disfrutas y que es bueno».

Entre otros comportamientos en niños y adolescentes que nos pueden alertar de que, efectivamente, sus conductas cambian fruto de su alimentación serían: **gritos**, cuando no suelen oírse en casa; **pataletas especialmente explosivas**; **discusiones sin razón de peso**; **malas contestaciones**; **faltas de obediencia**; **peleas entre hermanos**; o **mal humor**.

Cuenta esta experta que, habitualmente, los padres explican que, de repente, **no reconocen a su hijo**, que cambia su comportamiento y su estado de ánimo en fracciones de segundo y se convierte en otro niño; que es irracional, contestón, peleón y maleducado, cuando normalmente no es así.

«**Los malos comportamientos que pueden guardar relación con el hambre suelen pasar por todas las edades**, aunque las reacciones serán distintas. Los niños pequeños tendrán una pataleta, mientras que los adolescentes darán muestras de mal humor. En todos la causa puede ser la misma: les rugen las tripas. Todos necesitan esa entrada de energía que los restituya. **La comida ha de servir para alimentar ese cerebro que está en constante formación**», concluye María Luisa Ferrerós Tor.

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